Un metodista no es distinguido por sus opiniones de ninguna clase. Su aceptación de éste o aquel esquema religioso, su adopción de un determinado grupo de nociones, su apropiarse del juicio de éste o aquel hombre, no tiene nada que ver con ello. Quien quiera, por lo tanto, imaginar que un metodista debe tener ésta o aquella opinión, no sabe de lo que está hablando; confunde totalmente la verdad. Creemos, ciertamente, que “toda escritura ha sido inspirada por Dios” (1); y en esto nos diferenciamos de los judíos, de los turcos y de los infieles. Creemos que la palabra escrita de Dios es la única y suficiente regla para la fe y la vida cristiana; y en esto nosotros somos fundamentalmente diferentes de la Iglesia Romana. Creemos que Cristo es el Dios eterno, supremo; y en esto nos diferenciamos de los sociníanos y de los arrianos. Pero en cuanto a todas las opiniones que no tocan la raíz del cristianismo, pensamos y dejamos pensar. Así que las opiniones, cualesquiera que éstas sean, ya correctas o incorrectas no son marcas distintivas de un metodista.
Tampoco son las palabras o frases de cualquier clase. No identificamos nuestra religión, o alguna de sus partes, adherida a alguna forma de hablar; o en la existencia de una serie de expresiones extrañas. Ya sea en ocasiones ordinarias o cuando hablamos de las cosas de Dios, preferimos sobre otras las palabras más obvias, fáciles y comunes, siempre que nuestro pensamiento pueda ser transmitido. Por lo tanto, nunca nos separamos premeditadamente de la forma de hablar más común, a menos que expresemos verdades bíblicas en palabras de la misma Escritura lo que creemos, ningún cristiano condenará. Tampoco intentamos utilizar expresiones de la Escritura más frecuentemente que otras, a menos que así lo hagan los escritores divinamente inspirados. Es tan grave el error de ubicar las marcas distintivas del metodista en sus palabras como buscarlas en sus opiniones de cualquier tipo.
Tampoco deseamos ser distinguidos por acciones, costumbres o usos sin importancia. Nuestra religión no consiste en hacer aquello que Dios no ha sancionado o en abstenernos de aquello que no ha prohibido. No descansa tampoco en la apariencia, ni en la postura del cuerpo, ni en el cubrir nuestras cabezas; ni aún en la abstinencia del matrimonio o de carnes y bebidas, pues todo esto es bueno si es recibido en acción de gracias. De aquí que nadie, que sepa de lo que está hablando, ubicará la marca distintiva de un metodista en esto: en ninguna acción o costumbre sin importancia que no haya sido determinada por Dios.
Y por último, el metodista no es distinguido porque haga descansar todo el peso de su religión en una sola parte de ella. “Si, él lo hace; puesto que piensa que ‘somos justificados por la fe’”. (2). Yo contesto. No habéis entendido las palabras. Por salvación se entiende santidad del corazón y de la vida. Y ésta, afirma el metodista, solo surge de la fe verdadera. ¿Puede un cristiano, aunque lo sea solo de nombre, negar esto? ¿Es esto tomar una parte de la religión por el todo? “¿luego por la fe invalidamos la ley? De ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (3). No ponemos el todo de nuestra religión (como muchos lo hacen, Dios lo sabe) ya sea en el no hacer daño, o en el hacer el bien, o en utilizar las ordenanzas de Dios. No, ni siquiera en todas ellas juntas; en las que, lo sabemos por experiencia, un hombre puede trabajar muchos años y estar a final de cuentas, sin más religión que al principio. Y mucho menos en cualquiera de ellas: como aquella que se piensa que es una mujer virtuosa sólo porque no es una prostituta; o como el que sueña ser un hombre honesto simplemente porque no roba. ¡Quiera el Señor Dios de mis padres resguardarse de una religión tan pobre como ésta! Si así fueran las marcas distintivas del metodista, inmediatamente escogería yo ser judío, un turco o un pagano.
“¿Cuál es entonces la característica del metodista? ¿Según su opinión propia qué es un metodista? Yo contesto: un metodista es aquel que tiene “el amor de Dios… derramado por el Espíritu Santo que le fue dado” (4) es aquel que “ama al Señor su Dios con todo su corazón, y con toda su alma y con todas sus fuerzas y toda su mente”. (5) Dios es el gozo de su corazón, y el deseo de su alma; la que constantemente clama “¡¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti?! Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (6) ¡Mi Dios y mi todo! ¡Tú eres, la roca de mi corazón y mi porción para siempre!” (7).
El metodista es, por lo tanto, un ser feliz con Dios, si, siempre feliz, teniendo en él una “fuente de agua que salta para la vida eterna” (8), y con su alma plena de paz y gozo. Habiendo el “perfecto amor” echado fuera el temor, “se goza para siempre” (9). “Se goza para siempre en el Señor” (10), en “Dios tu Salvador”; y en el Padre, “por medio del Señor nuestro Jesucristo, por quien ha recibido ahora la reconciliación” (11). Habiendo encontrado “redención por Su sangre, el perdón de sus pecados” (12), no pueden menos que gozarse siempre que se vuelve para mirar el espantoso abismo del que ha sido rescatado, una vez que ve “todas sus transgresiones borradas como una nube, y en sus iniquidades como una nube espesa” (13). No puede menos que regocijarse siempre que ve el estado en que se encuentra ahora; habiendo sido “justificado gratuitamente y teniendo paz con Dios a través del Señor Jesucristo” (14) “pues el que cree… tiene el testimonio” de esto “en sí mismo” (15), siendo ahora hijo de Dios por la fe. “y por cuantos sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡ Abba, Padre!” (16) y el Espíritu mismo da testimonio a su espíritu de que es hijo de Dios” (17). Se regocija también, siempre que ve hacia el futuro, en la esperanza “ de la gloria que le será revelada” (18); si su gozo es completo, y todos sus huesos claman: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia, me hizo renacer para una esperanza viva … para una herencia incorruptible, incontaminada, reservada en los cielos para mí” (19).
Y aquel que en esto ha tenido esperanza, así, “lleno de inmortalidad, en todo da gracias”(20), conociendo que esto (sea lo que sea) “es la voluntad de Dios para con nosotros en Cristo Jesús” (21). De El por lo tanto, recibe gozosamente, diciendo: “Buena es la voluntad del Señor” (22); ya sea que “el Señor dio” o que “el Señor quitó”, de la misma manera “sea el nombre de Jehová bendito” (23). El ha aprendido a contentarse cualquiera que sea su situación”. El ha aprendido a “vivir humildemente y …a tener en abundancia”. En donde sea, y en todas las cosas, él sabe “estar así saciado como…tener hambre, así … tener abundancia como… padecer necesidad” (24). Ya sea en paz o en angustia, ya sea en enfermedad o salud, ya sea en vida o muerte, él ha dado gracias desde el fondo de su corazón a Aquel que todo lo ordena para bien; sabiendo que “toda buena dádiva viene de lo alto”(25), de manera que nada sino lo bueno puede venir del Padre de las luces, en cuyas manos él ha entregado completamente su alma y su cuerpo, como en las manos de su fiel creador. Por lo tanto, no se afana (de una manera angustiada o intranquila) “por nada” (26); habiendo echado toda su ansiedad sobre El, porque El tiene cuidado” (27) de él y de todas las cosas descansando en El, después de hacer “conocidas sus peticiones delante de El con acción de gracias”(28).
Ciertamente, el metodista “ora sin cesar” (29). Le ha sido dado el “orar siempre y no desmayar”(30). No es que siempre esté en la casa de su oración, aunque no desaprovecha ninguna oportunidad de estar en ella. Tampoco es que siempre esté de rodillas, aunque frecuentemente lo esté, o postrado ante el Señor su Dios, o llamándole por medio de palabras, pues muchas veces “ el Espiritualismo intercede por él con gemidos indecibles” (31).
Pero el idioma de su corazón es este: “Tú, brillo de la gloria eterna, para ti es mi corazón, aunque sin voz y mi silencio clama por ti ”(32). Y esta es la oración verdadera, y solamente ésta. Pero su corazón siempre se eleva a Dios, en todo tiempo y en todo lugar. Y en esto él nunca es amedrentado, y mucho menos es interrumpido, por personas o por cosa alguna. En soledad y en compañía, en descanso, en negocios o conversación, su corazón está siempre con el Señor. Ya sea que se acueste o que se levante. Dios está en todos sus pensamientos; continuamente camina con Dios, teniendo la mirada amorosa fija en Él, y en todo “viendo al indivisible” (33).
Y mientras el metodista siempre ejercita su amor a Dios de esta manera, orando sin cesar, gozándose siempre y en todo dando gracias, este mandamiento está escrito en su corazón: “El que ama a Dios ame también a su hermano”(34), y, en concordancia, ame a su prójimo como así mismo, ame a todo hombre como a su propia alma. Su corazón está lleno de amor para toda la humanidad, para “todo hijo del Padre de todo espíritu y de toda carne” (35).que en lo personal alguien le sea desconocido no es impedimento para su amor; no, ni que sea sabido que ese alguien es de la clase que el metodista no aprueba. El metodista retribuye el odio con buena voluntad, pues “ama a sus enemigos” (36); si, y a los enemigos de Dios, al “ingrato, impío” (37). Y si no está en su poder “hacer bien a los que le aborrecen”, no deja de orar por ellos, aunque ellos continúen aprovechándose de su amor, y aún “le ultrajen y le persigan”(38).
El metodista es “limpio de corazón” (39). El amor de Dios ha limpiado de su corazón toda pasión vengativa, la envidia, la malicia y la ira, toda emoción ingrata o afección maligna. Le ha limpiado del orgullo y la soberbia, de la que viene desprecio. Y ahora se ha vestido de “entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”(40). De manera que soporta y perdona, si tuviese queja contra otro…, de la manera que “Cristo le perdonó” (41). Y, ciertamente, de parte de él toda causa de discordia es desechada, puesto que nadie le puede quitar lo que él desea ver que “él no ama al mundo ni las cosas que están en él” (42). Siendo ahora “crucificado el mundo a él y él al mundo”(43)., siendo muerto para todo lo que en el mundo está, tanto para “los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria dela vida” (44). “Todo su deseo es para Dios y para recordar su nombre”(45).
En concordancia con éste, su único deseo es la finalidad de su vida, es decir, “no buscar su propia voluntad, sino la voluntad del que le envió” (46). Su único deseo es, en todo tiempo y en toda cosa, no complacerse así mismo, sino a Aquel que en su alma ama. Sólo tiene una manera de ver las cosas. Y “porque su ojo es bueno, todo su cuerpo estará lleno de luz” (47). Ciertamente, cuando la amorosa mirada el alma está fija en Dios, no puede haber obscuridad alguna, “será todo luminoso, como cuando una lámpara le alumbra con su resplandor” (48). Entonces, solamente, Dios sólo reina. Y todo lo que hay en el corazón es santidad para el Señor. No hay noción alguna en su corazón que no esté de acuerdo con su voluntad. Cada pensamiento que surge tiende a Él en la obediencia en la ley de Cristo.
Y el árbol es conocido por sus frutos. Puesto que el metodista ama a Dios, guarda sus mandamientos. No sólo algunos o la mayoría de ellos, sino todos, del más grande al más pequeño. No se contenta en “guardarse toda la ley, pero la ofende en un punto” (49). Sino que tiene (hacia todos los puntos de ella) “una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres” (50). Cualquiera cosa que Dios ha prohibido, él la evita; cualquiera cosa que Dios ha sancionado, él la hace, sea ésta pequeña o grande, fácil o difícil, agradable o gravosa para la carne. El metodista “corre el camino marcado por los mandamientos de Dios”(51), una vez que El ha libertado su corazón. Es su gloria hacerlo; es su diaria corona de regocijo hacer su “voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”(52),pues sabe que es el más alto privilegio de los ángeles del Señor, “poderosos en fortaleza, que ejecutan su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto” (53).
Congruentemente, el metodista guarda todos los mandamientos de Dios. Y esto con toda su capacidad, puesto que su obediencia va de acuerdo con su amor que es la fuente de la cual fluye. Y, por lo tanto, amando a Dios con todo su corazón, le sirve con todas sus fuerzas. Continuamente “presenta su alma al sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (54); dedicando, completamente y sin reservas, todo lo que es y todo lo que tiene para la gloria de El. Utiliza todos los talentos que ha recibido de acuerdo con la voluntad del Maestro; de igual manera sucede con toda la fuerza y capacidad de su alma y con toda parte de su cuerpo. Antes los había “presentado al pecado” y al diablo “como instrumentos de iniquidad”; pero ahora, “ como vivos de entre los muertos”, él los rinde “a Dios como instrumentos de justicia” (55).
Como consecuencia, todo lo que hace es para la gloria de Dios. Y no sólo busca en esta tarea, de cualquier clase que ésta sea (lo que está implicado en tener una sola manera de ver las cosas) sino que lo logra. Sus tareas y sus descansos, de la misma manera que sus oraciones, sirven a éste fin. Ya sea que el metodista se siente en su casa o vaya por el camino, ya sea que descanse o se levante, el promueve, en cada cosa que habla y que hace, el propósito de su vida; ya sea que se ponga su vestido, que trabaje o que coma o que beba o que descanse de un trabajo agotador, en todo busca acrecentar la gloria de Dios por medio de la paz y la buena voluntad entre los hombres. Su única e invariable regla es esta, “Todo lo que hagáis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios padre por medio de El” (56).
Tampoco las costumbres del mundo detienen su “correr la carrera que tiene por delante”(57). El metodista sabe que el vicio, aunque se vuelva moda, no pierde su naturaleza; y recuerda que “cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (58). No puede, por lo tanto, “seguir a los muchos para hacer el mal”(59). No puede “hacer cada día banquete con esplendidez”(60) o hacer provisión “para los deseos de la carne” (61). No puede acumular “tesoros en la tierra”(62), al igual que no puede guardar fuego en el regazo. No puede “ataviarse” pretenciosamente “de adornos de oro o de vestidos lujosos” (63). No puede sumarse a ninguna diversión que tenga la menor tendencia a cualquier tipo de vicio. No puede “hablar mal” (64) de su prójimo más de lo que puede mentir, ya sea para Dios o para los hombres. No puede pronunciar palabras duras sobre nadie, pues el amor guarda la puerta de sus labios. No puede hablar “palabras ociosas” (65); “ninguna palabra corrompida salga de su boca” de la misma manera que todo aquello que no “sea bueno” para la necesaria “edificación” o que no sirve para “dar gracia a los oyentes” (66). Pero “lo que es puro, lo que es amable, lo que es digno de alabanza” (67), el metodista lo piensa, lo habla y lo actúa , “para que en todo adore la doctrina de Dios nuestro Salvador” (68).
Por último. Mientras puede, “hacer el bien a todos” (69), a los vecinos y a los extraños, a los enemigos y a los amigos; y eso de todas las maneras posibles; no sólo a sus cuerpos, dando de comer al hambriento, cubriendo al desnudo, visitando a aquellos que estén enfermos o en la cárcel (70); sino, que mucho más, trabaja, con los medios que Dios le dio, para hacer el bien a sus almas; para despertar a aquellos que duermen muertos; para atraer a aquellos que han despertado hacia la sangre limpia para que, “siendo justificados por la fe” (71), tengan paz con Dios; y para impulsar a aquellos que tiene paz con Dios para que abunden en amor y en buenas obras. El metodista está dispuesto a “gastarse y ser gastado”(72) y aún “ a ser derramado en libación sobre el sacrificio y el servicio de su fe” (73) para que “todos lleguen a la medida de la estatura de la plenitud en Cristo” (74).Estos son los principios y prácticas de nuestro grupo. Estas son las características de un verdadero metodista. Sólo por éstas desean ser distinguidos aquellos que burlonamente son llamados así. Si alguno dice “Pero si esos son los principios fundamentales, comunes, del cristianismo”, ha dicho la mera verdad, debo recalcarlo. Yo sé que no existen otros. Y quisiera, ante Dios, que tú y que todos los hombres supieran que yo, y que todos los que son de mi parecer, nos rehusamos a ser distinguidos del resto de los hombres por cualquiera otra cosa que por los principios del cristianismo, -el simple y sencillo cristianismo que yo enseño-, renunciando y detestando cualquiera otra característica distintiva. Y a quienquiera que sea que yo predique (llámesele como se le llame, pues los nombres no cambian la naturaleza de las cosas) él es un cristiano, no sólo de nombre, “sino de corazón y de vida. El metodista piensa, habla y vive de acuerdo con el método establecido en la revelación de Jesucristo. Su alma ha sido rehecha a imagen de Dios, en justicia y en verdadera santidad. Y teniendo el conocimiento que estaba en Cristo, el metodista camina como Cristo caminó.
Con estas características, con estos frutos de una fe viva, trabajamos para distinguirnos de los no creyentes, de todos aquellos cuyo entendimiento y vida no están de acuerdo con el Evangelio de Cristo. Pero los verdaderos cristianos, de cualquier denominación que sean, sinceramente no deseamos distinguirnos en nada, ni de nadie que en verdad persigue aquello que sabe que no ha alcanzado. No. “Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos , ése es mi hermano, y hermana y madre” (75). Y les pido, mis hermanos, por misericordia de Dios, que no nos dividamos entre nosotros. ¿Es tu corazón recto, al igual que el mío es hacia ti? No pregunto más. Si así es, dame la mano. Por causa de las opiniones o de términos no destruyamos la obra de Dios. ¿Amas y sirves a Dios? Es suficiente. Te tiendo la mano derecha de hermandad. Si hay consuelo en Cristo, si hay descanso en el amor, si hay hermandad en el Espíritu, si hay misericordia entrañable, luchemos juntos por la fe en el evangelio; andando “dignos de la vocación con que fuimos llamados; con toda humildad y mansedumbre, soportándonos con paciencia los unos a los otros en amor. Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”; recordando que existe “un cuerpo y un Espíritu, como fuimos también llamados en una misma esperanza de nuestra vocación; Un Señor, una fe, un bautismo; un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos.
1.- II Ti. 3:16 | 15.- I Jn. 5:10 |
2.- Ro. 5:1 | 16.- Gá. 4:16 |
3.- Ro. 3:31 | 17.- Ro. 8:16 |
4.- Ro. 5: | 18.- I P. 5:1 |
5.- Mt.12.30
Lc. 10:27 Mt. 22:37 Dt. 6:5 |
19.- I P. 1:3,4 |
6.- Sal. 73:26 | 20.- I Co. 15:54 |
7.- Sal. 73:26 | 21.- I Ts. 5:18 |
8.- Jn. 4:14 | 22.-Ro. 12:2 |
9.- I Jn. 4:18 | 23.-Job. 1:21 |
10.- I Ts. 5:15 | 24.-Fil. 4: 11,12 |
11.- Ro. 5:11 | 25.-Stg. 1:17 |
12.- Ef. 1:7 | 26.-Fil. 4:6 |
13.- Is. 44:22 | 27.-I P. 5:7 |
14.- Ro. 3:24
Ro. 5:1 |
28.-Fil. 4.6 |
29.- I Ts. 5:17 | 53.- Sal. 103:20 |
30.- Lc. 18:1 | 54.- Ro. 12:1 |
31.- Ro. 8:26 | 55.- Ro. 6:13 |
32.- Cita en el original | 56.- Col. 3:17 |
33.- He. 11:27 | 57.- He. 12:1 |
34.- I Jn. 4:21 | 58.- Ro. 14:12 |
35.- Cita en el original | 59- Ex. 23:2 |
36.- Lc. 6:27 | 60.- Lc. 16:19 |
37.- II Ti. 3:2 | 61.- Ro. 13:14 |
38.- Mt. 5:44 | 62.- Mt. 6:19 |
39.- Mt. 5:8 | 63.- I P. 3:3 |
40.- Col. 3:12 | 64.- Cita en el original |
41.- Col. 3:13 | 65.-Mt. 12:36 |
42.- I Jn. 2:15 | 66- Ef. 4:29 |
43.- Gá. 6:14 | 67.- Fil. 4:8 |
44.- I Jn. 2:16 | 68.- Tit. 2:10 |
45.- Cita en el original | 69-. Gá. 6:10 |
46.- Jn. 5:30 | 70.- Mt. 25:36 |
47.- Mt. 6:22 | 71.- Ro. 5:1 |
48.- Lc. 11:36 | 72.- II Co. 12:15 |
49.- Stg. 2:10 | 73.- Fil. 2:17 |
50.- Hch. 24:16 | 74.- Ef. 4:13 |
51.- Cita en el original | 75.- Mt. 12:50 |
52.-Mt. 6:10 | 76.- Ef. 4:1-6 |
Tomado del manual de probandos de:
IGLESIA METODISTA DE MEXICO, A.R.
DISTRITO VALLE DE ANAHUAC